La plaza es mi infancia, mi hijo, es cortar camino. Fue llanto, karting, bicicleta, juegos, helados. Es mates al sol, en el pasto o a la sombra en sillita bajo un árbol.
La
plaza es caminar por inercia cuando no estoy bien, es la calesita, es el relato
del calesitero enamorado de mi abuela.
La
plaza es un domingo con un micro y personas disfrazadas de caramelos “Sugus”,
es un álbum de fotos en el que estoy también agarrando un clavel, es ferias,
ping pong, toboganes, hamacas, frutillas en las rodillas.
La
plaza es espera, picnic, cumpleaños pandemials, es feria a la que voy poco y mi
mamá va a menudo, es 76, 44 y 106.
La
plaza es de los perros y sus dueños, es playón y autitos a batería, es pelota y
olor a primavera, es mesitas de ajedrez sin piezas, es el límite de barrios, es
variedad de flora.
La
plaza es cielo abierto, es canchita, pistas, murga, esculturas, placas, patios
de juego, es arreglar sobre lo arreglado, es cambiar los juegos aunque no haga
falta. La plaza era playa. La plaza es piso de goma.
La
plaza es gimnasio, tatami, cancha de bochas, choripán, bordado, lecturas,
caminatas.
La
plaza es de paso. Es en cada estación un color. Es de todas y todos, es
escenario, es un circo con micrófono, es un grupo bailando country, es amigas,
hijes y mapadres.
La
plaza es resistir en la ciudad, es creer en la ciudad, es un refugio en la
ciudad. Te hace un lugar, te ampara.
La
plaza es ir y venir en bici y recordar las subidas y bajadas de las veredas
aledañas, es pasar por los kioscos de los alrededores.
La
plaza es todos los días. La plaza es más plaza el fin de semana. La plaza es a
través.
La
plaza me conmueve, me abraza, me extraña, me sorprende cuando un día me doy
cuenta que hace días no la miraba ni voy.
La
plaza es un regalo, un hallazgo, agua en los bebederos, banderines de colores,
carnaval, baile y espuma, huerta, chicharras y mosquitos.
La
plaza es anfiteatro.
La
plaza es la de la escuela de la tragedia en la pileta.
La
plaza es los palos borrachos, araucarias y algodones, es los bebés y las mamás,
es los colegios de los alrededores, es de los corredores, taichichuanes y
kunfuistas.
La
plaza se ensancha y baja a la calle. Es bares, cafés y pizzerías.
Es
lluvia y tierra mojada.
Tiene
nombre extranjero pero es bien argenta.
La
plaza es memoria.
La
plaza es el barrio.
La
plaza es verdolaga.
La
plaza es olla.
La
plaza es mi casa.
La
plaza es sin rejas.
La
plaza es sin rejas
La
plaza es sin rejas
La
plaza es mi abuela.
Mi abuela
habitó cada metro cuadrado. Sus ojos pintados de verde brillante combinaban con
el entorno a la perfección. También se la veía de paso, caminando ligero, como
quien puede ver pasar el viento.
Siempre
se bromeaba con que el calesitero estaba enamorado de ella. Estoy segura que en
el barrio vecino le dedicaron una crónica contando lo que le costó su amor.
Mi
abuela fundó la plaza en cada visita. Ojalá pusieran una placa para reconocerla
como lo que fue, una de las fundadoras cotidianas, indiscutida.
En
verdad, la plaza merece que lleve su nombre y tal como sucede ahora, el barrio
y la plaza se nombrarán indistintamente: Delfina.
MARÍA
JOSÉ PONCE

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