Las vueltas de la vida lo llevaron de su Mar del Plata
natal a Caballito a sus once años de edad. Pero Martín Leguizamón, hoy
politólogo, docente y divulgador de la historia, sintió pronto que el barrio lo
había adoptado…
-¿Cómo fue que llegaste a
Caballito?
-Nos mudamos de Mar del Plata por cuestiones
familiares en 1977. Y llegar a Caballito fue toda una aventura para mí porque a
mis once años me habían sacado del lugar que amo, y de pronto me encontré en un
barrio de Buenos Aires. Nos instalamos en la calle Guayaquil, entre Viel y
Beauchef, y me anotaron en la escuela “Antonio Schettino”. Recuerdo que siempre
pasaba frente a la fábrica de Pastillas “Volpi”, que quedaba sobre la calle
Formosa.
-¿Te costó mucho la
adaptación?
-En realidad enseguida sentí que el barrio me adoptaba
porque mi vieja y sus padres nacieron en Caballito. Mi abuelo Héctor Bellotti edificó
muchas casas del barrio, que lamentablemente ya no existen, y fue tesorero del
Club Italiano. Incluso mi bisabuelo Isidoro Moggio también vivió en el barrio,
y tuvo una fábrica de cajas de latas en Av. La Plata al 700. Sumado a eso, en
la escuela me encontré con grandes amigos que aún mantengo. Después mi vieja me
anotó en Ferro, y ahí comenzó una historia hermosa (ver recuadro aparte).
-¿Qué recuerdos tenés de esa
etapa en el club?
-Me jacto de decir que viví el mejor Ferro. El club
era campeón en handball, vóley, fútbol y básquet. Como decía mi abuelo, Ferro
era un club con fútbol porque su vida social era maravillosa. Nosotros
inauguramos el predio de Pontevedra con una maratón impresionante… Pero después
de los noventa, cuando cae la clase media cae también Ferro por decantación.
Hay un montón de guiños de la historia argentina que te muestran cómo van pasando
estas cosas…
-Serían como pistas de
fenómenos que se dan a una escala mayor, ¿no?
-Sí, y ya de chico hice esos cruces para entender
nuestra historia. En mi cuarto tenía tres posters: uno de Fillol (porque soy
arquero), otro de Batman de los sesenta, y el otro de San Martín. Y después
sumé a los Beatles, Serú Girán… Encontré una herramienta pedagógica muy potente
en este juego.
-¿Y cómo llevás esos cruces al
aula?
-En el rock y el cine encontrás algo distinto para dar
clases porque ahí ves la realidad argentina. Encontrás a Ferro, a una novia en
el parque Rivadavia, a los skaters en el Monumento a Bolívar… Lo mismo pasaba
con los grandes tangueros, que dejaron de escribir cuando los pioneros del rock
nacional tomaron su posta. Entonces empiezo a entender las letras, las estudio,
y encuentro frases de San Martín, Belgrano, o Mariquita Sánchez de Thompson, y
juego con eso.
-¿Quién es el Charly García de
la historia argentina?
-En realidad me gusta pensar en la Sociedad Patriótica
que, ignorada en la escuela, estuvo integrada por quienes pensaron la
Revolución de Mayo. Ahí estaban Mariano Moreno, Belgrano, un joven Güemes,
Castelli (que era el Bob Marley de la revolución, porque era el que hablaba y
escribía), y después llegó el Gran Capitán que fue San Martín. Miguel Abuelo,
un gran letrista olvidado injustamente, escribió: “La libertad es el arte de
los decididos”, que es lo que dice Belgrano durante el “Exodo Jujeño”.
-¿Qué personaje de nuestra
historia crees que no es suficientemente valorado?
-Mariquita Sánchez de Thompson, porque sólo se la reconoce
por hacer cantado el himno. Y en palabras de Juan B. Alberdi, Mariquita fue “el
pensamiento más moderno del siglo XIX”. Fue la primera que hizo un juicio por
disenso al Virrey Sobremonte para poder casarse con Martín Thompson, a quien
había elegido como marido. Enfrentó a la Curia, peleó en la Invasiones
Inglesas, y trató de bastardo a Rosas.
-¿Por qué hablás de “historia
rockstar?
- Porque toda esta gente que hizo la revolución era
muy joven… ¿Por qué no hablamos de Juan José Castelli que era la voz de la
revolución? Es el orador, el que se arranca la lengua porque tiene cáncer y
escribe: “si ven al futuro díganle que no venga”. Y se anticipa a Joe Strummer,
el cantante de The Clash, cuando dice “el futuro no está escrito”. ¿Y French y
Berutti, que para la historia oficial sólo repartieron las escarapelas y que en
realidad conformaron el brazo armado de la Revolución de Mayo? Antonio Berutti
termina cruzando los Andes con San Martín, y de hecho lo acompañó hasta
Guayaquil. French fue un tremendo político, y manejó el sistema de espionaje
durante las Invasiones inglesas y los medios en los momentos más decisivos de
la revolución. Otro “perro verde” fue Guadalupe Cuenca, que termina siendo
editora de “La Gaceta”. Sin embargo, todo esto fue ocultado por la historia
oficial.
-¿Por qué sucedió eso?
- Porque cuando se formó el Estado nacional a partir
de 1880, se construyó un relato para educar a los inmigrantes que estaban
llegando al país. Y hacen una historia a la medida de las efemérides con el
propósito de institucionalizar imaginarios sociales y culturales para las
nuevas generaciones. Hay mucho “rock perdido” en la historia argentina, como
diría Calamaro. Por eso a mis alumnos les recomiendo siempre que investiguen, y
que no se queden con el poster de “Billiken”. Se fraccionó la historia para
educar al inmigrante en el “ser argentino”, y para entender lo que realmente
ocurrió hay que desarmar ese dispositivo. Fijate que no existen películas sobre
la Revolución de Mayo, porque indefectiblemente te abrirían la puerta para conocer
a todos estos personajes. Pareciera que tuviéramos miedo a revisar aquellas
ideas.
UNA HISTORIA HERMOSA...
No me olvido más: un día tocan el timbre de mi casa y
aparece un pibe con una carta de Ferro para
invitarme a ser parte del Departamento Juvenil, que entonces dirigían los
hermanos Rosello y Gaby Andreu. Entonces, con la banca de una tía que me compró
el uniforme, empecé el curso de Adalid para ser ayudante de los profesores de la
Colonia de Vacaciones del club. Y después de tres meses de un curso
intensísimo, que me demandó tiempo y dedicación, entré al Dpto. Juvenil.
Mi trayecto vital de los trece a dieciocho años los pasé ahí. Recuerdo que
participábamos de campeonatos internos, acomodábamos a la gente de la platea
los días que había partidos de fútbol, y viajábamos de campamento en distintas
provincias.
En el buffet de la sede nos cruzábamos todo el tiempo
con los deportistas profesionales, y nadie se la creía… El club estaba formado
por gente muy copada, que se preocupaba por cómo te iba en el colegio, y por tu
bienestar en general. A mí me acompañaron muchísimo en una situación familiar fea
que me tocó vivir, y la contención que tuve en Ferro fue tremenda.
MARTÍN LEGUIZAMÓN
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