ANTES DE QUE TODO OSCUREZCA



Después del palo que me di, me encontré acostado en la sala de cuidados intensivos del Sanatorio “Güemes”. Tenía puesta una sonda de oxígeno en la nariz, y me pasaban oxicodona por el brazo derecho. Cada tanto abría los ojos y la veía a mi vieja llorando.

El año pasado me había comprado una Yamaha Fz 25 negra en dieciocho cuotas sin intereses.  Y ese chiche me hizo felíz hasta la semana pasada. Me gustaba tirar facha por el barrio, y pasarla a buscar a Patri. Pero no hablemos de eso porque me amargo… Por lo menos me comí el garrón solo.

Recuerdo cuando estaba tirado en el piso, a la altura de Directorio y Av. La Plata. Veía la moto hecha moco, con las ruedas que seguían girando, pero como desorbitadas. La gente entró a agolparse y a gritar desaforada. Olía a nafta y a goma quemada. Me morfé de lleno el 56 que dobló de golpe, la puta madre. Y ese dolor… Era insoportable, como de otro mundo.

Sé que después me operaron, y que me debieron quedar comprometidos los pulmones. De la habitación vi poquitas cosas porque apenas pude abrir los ojos, me deben pichicatear a lo loco. Lo único que quiero es abrazar a mi mamá, que sufre como loca. Y todo por pelotudear con la moto. 

Ya de chiquito era de hacer cagadas como estas. Como el día que me caí de la punta del mástil de la placita de la calle Rojas, o cuando le saqué el auto a papá a los doce. Todas desgracias con suerte, hasta ahora. Esta vez estoy jodido, lo veo en la cara de mi vieja, pobrecita. Una vez la enganché mientras dormía en la cama de al lado. Tenía puesto un jogging azul con vivos blancos, como de escolar. A un costado, en el piso, había una bolsa de Coto con un termo, un buzo, y vaya a saber qué cosas más. En la mesita de luz había una estampita de San Expedito, una botellita de agua, galletitas Media Tarde, y una revista de crucigramas.

Pero ahora no veo nada, estoy a oscuras. Hace un rato entraron cagando dos personas que me apretaron el pecho con dos sopapas, o algo así. Hablaban no sé qué entre ellos, entraban y salían. Y mi mamá lloraba. Por suerte se tranquilizó, y me acarició con sus manos amorosas. Que también son poderosas, desde chico lo supe muy bien. Por eso le pedía que me peinara cada vez que tenía que salir con alguna chica. Las manos de mi vieja son como un patio de escuela con tus amigos jugando a la pelota.

Parece que me van a hacer algunos estudios porque me suben a una camilla, no de una manera muy delicada que digamos. Les quiero decir a los camilleros que no me zarandeen tanto, pero no me salen las palabras. Antes de sacarme de la sala me habían envuelto con una sábana, calculo que para que no me enceguecieran los tubos de luces led. Bajamos de un ascensor y me dejaron en una habitación, junto a otras personas que también estaban acostadas y tapadas sobre otras camillas.

Hace varias horas que estoy así, en silencio y a oscuras. Ya ni vienen los médicos a revisarme, y no puedo, aunque quiero, abrir los ojos. Esta sala no huele como las otras, y mi vieja nunca tarda tanto en ir a comer…

 

Texto: EDUARDO JACINTO TORRES

Ilustración: PIL

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