Foto: "El Toro Bar Do Bar" |
A pocas cuadras del límite con nuestro barrio, existe
en Parque Chacabuco un bar de los de antes. Un reducto donde el tiempo
transcurre a otro ritmo, y que invita a la reflexión y a la contemplación de
los detalles que solemos pasar por alto cotidianamente. Pero si algo
caracteriza a “El Toro Bar Do Bar”, ubicado en Cachimayo 890 (esquina Zuviría),
es la posibilidad de leer con tranquilidad. Gracias en parte a la luz que entra
a través de sus grandes ventanales, pero sobre todo a la imponente biblioteca
que ofrece a sus visitantes. Para conocer este lugar único en la zona hablamos
con Susana, quien, además de ser la dueña del bar, supo crear allí su refugio.
-¿Qué sabés de la historia del
lugar?
-Esta casa tiene cien años y fue construida por un
italiano que era maestro mayor de obra. Llegué a conocer a su sobrina, una
señora grande que vivía en los pasajes de por acá, y me contó que ésta fue la
segunda casa del barrio. Lo que ahora es el bar formaba parte de la sala de la
casa del obrero. Y como tenía ideas socialistas y anarquistas, levantó una
pared para separar ese espacio de una biblioteca que hizo para uso de los
vecinos. Su puerta de acceso aún hoy se ve desde afuera. Tiempo después hubo
aquí una carnicería (de la cual tomamos el nombre) y un mercadito. Había
también un espacio dedicado a vivienda, medio como un inquilinato. En 1999
entré aquí asociada a algunos padres de amigos de la Primaria de mi hija, y
pusimos un bar restaurant. Pero al poco tiempo dejé el proyecto por cuestiones
personales. Durante esa etapa el lugar se llamó “Barsucho”, y por entonces
había tomado un perfil más festivo. En 2006 volví para tomar sola el bar. Lo
fui achicando de a poco hasta convertirlo en mi cueva. Me siento cómoda con esta
propuesta, que apunta más a crear un espacio tranquilo y de encuentro, ideal
para reflexionar sobre algunos temas. Y sobre todo para salir del consumismo,
de enchufarle cosas a la gente.
-Además le sumaste otras actividades…
-Claro, hace unos tres años empecé con algunas charlas
ecológicas con Jorge Rulli del Grupo de Reflexión Rural. Después se fueron
armando talleres como los de dibujo, teatro y literatura. Este último tiene dos
versiones: uno más apuntando a las técnicas de escritura y otro de análisis de
obras. Aquí también se han hecho reuniones vecinales, sobre todo por el tema de
las demoliciones de casas antiguas para hacer edificios. Sobre eso hicimos el
mural que da a la calle Cachimayo. Y del lado que da a Zuviría tenemos el de
Fontanarrosa.
- ¿Cómo surgió la biblioteca?
El tronco importante de la biblioteca son los libros
de mi padre. El placer de la lectura y el gusto de conocer cosas me lo
transmitió él. De hecho, la primera vez que entró aquí dijo “qué lindo lugar para hacer una biblioteca”.
Después sumé mi biblioteca, y un montonazo de donaciones del barrio. A los
libros que tenemos repetidos los sacamos a la calle sobre una mesita para
regalar. Y la gente se lleva muchos de ellos junto a otras publicaciones de
distribución gratuita que me van llegando, como la tuya…
-¿Qué expectativas tenés con este
lugar?
-Intento difundir la existencia de este espacio porque
me pone contenta que el barrio lo aproveche y lo use. Este bar es como mi
territorio, al igual que el barrio donde vivo hace veinte años. Siento eso a
pesar de lo expulsivo que es el acoso de los edificios que están construyendo
por todos lados, que va convirtiendo a este lugar en un sitio cada vez más
ruidoso y populoso. Me gusta además que el bar refleje las cosas que pasan, y
que se pueda hablar con la gente en la vereda. Que vean los carteles que colgamos,
y que le genere alguna reflexión al respecto. De todos modos, trato de que no
sea un espacio partidario, que sea abierto. No apolítico, pero sí apartidario y
autónomo. No me interesa ponerme una etiqueta, pero sí asumir un compromiso con
ciertas temáticas que una quiere difundir, para pensar entre todos. Las
instancias de encuentro que alentamos desde aquí ayudan a pensar en conjunto.
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