CABALLITO, BARRIO ETERNO

El parque Rivadavia cuando se cubrió de nieve (Foto: Eduardo J. Torres, 9/07/07)
Aún recuerdo la emoción que me provocaba el paso del tren por debajo del puente de fierro de la calle Ambrosetti. Cierre perfecto a una visita furtiva al querido parque Rivadavia, sitio que recorro hace casi cuarenta años sin terminar aún de conocer del todo. Ese micro cosmos barrial enmarca mi vida y le sirve de sustento espiritual. Uno no puede evitar mirar al mundo desde esos lugares...
“¿Y por qué ir tan lejos? La vereda de nuestra casa, la calle, la casa de los vecinos, el paso nivel cercano, la avenida a dos cuadras, también son trozos de nuestra identidad. Vivimos siempre metidos en un paisaje, aunque no lo queramos. Y el paisaje ya sea el cotidiano o el país, no sólo es algo que se da afuera y que ven los turistas, sino que es el símbolo más profundo, en el cual hacemos pie, como si fuera una especie de escritura, con la cual cada habitante escribe en grande su pequeña historia” nos recuerda Rodolfo Kusch.
Parafraseando a Jorge Luís Borges, a mí se me hace cuento que empezó Caballito: lo juzgo tan eterno como el agua y el aire. Mi imagino surcando el barrio desde tiempos inmemoriales. No veo arroyuelo que serpentea, sino a la pujante calle Del Barco Centenera. Tampoco a la Pampa infinita ni su horizonte nocturno de estrellas relucientes. Sino al incesante ritmo de un barrio que se llena de laburantes que vuelven a su casa.
Aquel niño me dejó su mirada extrañada ante las cosas de la vida. Y si bien hay mundo más allá del barrio, lo entiendo con los pies clavados en este lugar.

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