JUEGOS Y TRAVESURAS*

Foto: www.japochan.files.wordpress.com
Los frondosos paraísos de la calle Arengreen atisbaban desde sus copas, tal vez con una sonrisa indulgente, los juegos y travesuras de los purretes de mi infancia.
Como en un calidoscopio van pasando ante mi vista el corpulento ejemplar frente a mi puerta de calle, allí a su vera llegaba mágicamente el tiempo de las bolitas, donde nos disputábamos al hoyo y a la quema las coloridas esferas. En esa vereda de espaldas a la calle, tirábamos contra la pared las célebres figuritas Starosta, con las figuras de los próceres futboleros de la época: ganaba el que conseguía el mejor “arrime”.
Allí mismo marcábamos con tiza las baldosas para demostrar nuestra agilidad y destreza con la “rayuela”. Con los vientos de primavera venía el tiempo de los barriletes. Se llenaban los potreros desde Felipe Vallese y Acoyte hasta Avellaneda, con padres y niños a lucir los multicolores cometas su carnaval en el cielo. Se acostumbraba atar una “yilet” en la cola del barrilete con el mítico propósito de derribar al del vecino. Llegaba el entachuelado balero objeto de innumerables contiendas. Ganaba el que lo embocaba la mayor cantidad de veces sin fallar. Jugábamos al “Indio”, violento y fortificante.
En la ochava de Virasoro y Arengreen se juntaban los niños en una acera. Sobre la calle, y tratando de impedir el cruce a la otra, estaba el “Indio”. A medida que se intentaba el pase, éste capturaba a los que podía, que se convertían en sus lugartenientes. El juego concluía cuando no quedaba nadie por atrapar... (...) terminábamos cansados y magullados pero felices.
Eran épicas las fogatas de San Pedro y San Pablo, con antelación a la fecha requisábamos el barrio todo el material combustible, muebles en desuso, cajones, palos, ramas, etc. Todo apilado en la tradicional ochava, prendíamos la enorme fogata y luego en sus brasas cocinábamos papas y batatas, en algunos casos nos excedíamos y algún vecino alarmado llamaba a la comisaría, los vigilantes (como se decía en esa época) derribaban la pira y provocaban nuestro desbande.
Venía el Carnaval, con las caras pintadas al carbón, pantalones en jirones, bonetes, tapas de cacerolas y cornetas emprendíamos la tournée por la calle Hidalgo en dirección a Primera Junta, por el camino hacíamos paradas en casas de conocidos donde cantábamos los estribillos. Comensábamos con el remanido: “Esta murga se formó” con diversas variantes, algunas subidas de tono y como broche de oro, con muchos años de antelación a la hoy novedosa educación sexual, entre titubeos y sonrojos entonábamos nuestra “pie en force”: “Todas las mujeres tienen debajo del delantal un soldado bigotudo y el escudo nacional”.

PABLO BUJ

*Texto incluido en su obra “Era mi barrio Caballito”

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