EL IMPERIO DE LA SELVA TROPICAL*


La “mata atlántica”, el bosque tropical brasileño próximo a las costas, comienza a talarse para emplear sus maderas en la expansión de Río de Janeiro y San Paulo. Pronto se cortan en tablones las gigantescas araucarias y se las exporta con el nombre de “pino Brasil” para armar en Buenos Aires incontables encofrados de hormigón. A comienzos del siglo XX estos pinares ocupaban cincuenta millones de hectáreas en el estado de Paraná. A fines de la década de 1970 había 641 mil hectáreas con formaciones densas de esta especie, y 2,5 millones con formaciones más clara. (…)
El primero de los “salvadores” modernos del Amazonas fue Henry Ford, quien en 1927 compró un millón de hectáreas en el estado de Pará, junto al río Tapajós. Era un momento de grandes dificultades económicas en el mercado mundial del caucho. La economía norteamericana se apoyaba en la industria automotriz, que necesitaba de neumáticos de caucho. Por lo cual parecía una buena idea hacer una gigantesca plantación de caucho en su misma tierra de origen. (…)
A la distancia sorprende la ignorancia ecológica de quienes intentaron realizar los grandes proyectos en el Amazonas. Por una parte, tenían una ilusión de homogeneidad, que les hacía creer que era lo mismo una parte de la selva que otra. La tierra elegida tenía colinas y suelos arenosos, que dificultaron el uso de maquinarias. (…) Pero además, se realizó el emprendimiento sin tener los mínimos conocimientos sobre la ecología de la selva. Les pareció que si crecían esos árboles inmensos también crecería cualquier otra cosa, con sólo plantarla. Por ejemplo, nadie se preguntó por qué en la tierra de la Hevea brasiliensis (árbol del caucho) no había bosques de Hevea. (…) Sucede, sin embargo, que es más sencillo hacer plantaciones de caucho en Malasia donde este árbol, por ser exótico, no tiene los enemigos naturales que han coevolucionado con él. En Amazonia, en cambio, están todos allí y la defensa natural de la Hevea fue siempre crecer separadamente para evitar las plagas. La ambición llevó a plantar los árboles tan juntos que sus ramas se rozaban. Apenas crecían, los hongos y los insectos destruyeron una plantación tras otra. (…)
En 1941 la Compañía Ford del Brasil tenía 2.723 empleados traba­jando sus plantaciones, En 1945, después de una inversión total del orden de los diez millones de dólares, Henry Ford II vendió sus tierras al gobierno brasileño por quinientos mil dólares. Parte de ellas seguían intactas y otra parte había sido irreversible e inútilmente deforestada.

Antonio Elio Brailovsky

*El texto original fue adaptado al espacio disponible.

Comentarios

FalconGhia ha dicho que…
Buenísimo! No lo sabía!