MENDIGO DE ESTACIÓN

Foto: Marco Scolnik (16 de septiembre de 2004)
Cerramos otro año con un cuento del escritor y vecino de nuestro barrio, Eduardo J. Quintana, quien les hace un homenaje a los personajes que habitan la estación “Caballito”.

Antiguo andén de estación, oscuro, húmedo y desolado como cada noche de invierno. El tren, ya es un dulce sueño que volverá a correr por sus vías a la madrugada siguiente.
Y allí cobijándose con cartones y diarios, detrás de un mostrador del viejo bar de la estación, hoy cerrado a causa de la futura modernidad. Bajo un techo frío y agujereado, que solo impedirá mirar las estrellas que se esgrimen en el cielo azul noche, que cubre Caballito.
El boletero descansa en un plácido sueño, esperando el golpeteo de algún puño en el vidrio divisor del frío del andén y el calor de su interior.
El perro guardián, ve en cada sombra un virtual dueño y su cola festeja la llegada de cualquier ser que se aproxime.
Es que la estación, ya no está sola, el boletero, el perro, el mendigo y yo; que admiro pacientemente como la vida cambia en apenas un segundo, como si fuera un espejo donde miro mi figura, desprolija y desarropada. Donde huelo el aroma sucio, donde veo esas manos negras y ásperas de mendigar día y noche.
Y me pregunto, ¿porqué la vida cambia en un instante?
Y el mendigo retoza y se acurruca, como si el frío hiciese estragos en su humanidad.
El perro huele mi perfume a primavera, como no entendiendo la diferencia entre limpio y sucio. Mueve su cola imaginando convencerme de ser su nuevo dueño y yo, impávido, surcando una realidad que se aprecia a diario en cada estación de tren. El animal juega dando rienda suelta a un sinfín de magia, realizando piruetas, saltos y ladridos, incentivándome a la realidad que propina desde su constante soledad.
El linyera, dando una y otra vuelta, cobijado entre papeles y cartones.
Y yo allí admirando cuanta valentía para luchar contra el frío gris y triste del invierno.
Los ladridos que van en aumento y el mendigo que despierta asustado, preguntando, ¿quién anda?
Sólo atiné a contestarle que era yo un pasajero del próximo tren.
Entonces levantó su ajetreado cuerpo y se acercó para verme cara a cara.
Y cara a cara quedamos en un instante, como reflejado en un espejo, y allí comprendí.
Comprendí porqué el perro, me instaba al juego tal cual su amo.
Comprendí porque el boletero ni se inmutó cuando golpee su vidrio.
Comprendí que era yo quien se reflejaba en mi pasado o en mi futuro.
Era yo, ese mendigo de estación “Caballito”.

                                   EDUARDO J. QUINTANA

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