CHE GAONA*


“...para qué servía mirar esta ciudad nueva,
distinta de la ciudad de papel que yo quería revivir,
cuál era el sentido de corporizar cosas o ámbitos
que existen en una dimensión imaginaria”.
ÁLVARO ABÓS — “Al pie de la letra”

No me acuerdo: ¿fue ayer? ¿O hace mucho tiempo? Entonces pensé en el misterio de esa calle que me vio patear en la infancia, la de los días felices del vivir con la visión irresponsable de un mañana sin fin.
La cosa es que volví a Gaona, ¿sabés? Las baldosas me veían, se estiraban como alfombras y saludándome jocosas murmuraban: “chau, Rusito, ¿por dónde anduviste tantos años?”. Las vidrieras, asombradas, sonreían y me guiñaban el ojo. Y sobre los flamantes carteles de flamantes negocios aparecían, como cosa de magia, los antiguos carteles de antiguos negocios.
¿Qué te batís, Caballito al norte?
La nueva “raviolería” de Gaona y Pujol volvió a ser la “zapatería Muñoz”. ¿Y este negocio de computadoras? No lo podía creer: yo veía el letrero de “Vinerías La Superiora”, con la imagen de la monjita dentro del círculo. Posta posta. ¡Qué locura, mi madre! ¡Ché Gaona, qué sorpresa!
Pero lo más cómico fue el recibimiento de la iglesia de Nuestra Señora de los Buenos Aires. la turulata me tributó una salva, ¡sí! ¡Una salva de campanazos! Y fijate que yo no creo ni en mi sombra.
Figurate la que se armó: repiqueteo de campanas a las tres de la tarde. ¡Todos los veteranos de mi viejo barrio (los sobrevivientes) aparecieron en Gaona. Me abrazaban, me besaban, reían a carcajadas y algunos lloraban (¿qué raro, no?).
Y en eso lo veo venir al Lalo aquél, igualito como entonces: “Ruso, Rusito. ¡Dale Ferro!” gritaba, con el funyi marrón de ala gacha (¿será el mismo Lalo? ¿Será el mismo funyi?). “¡Veníte el domingo a la tribuna, Ruso, te extrañamos! ¡Tanto tiempo! ¡Van a estar el Fito, el Guri, todo el Triángulo Verde, venite!” me dice a los gritos. Caballito al norte, pucha digo, si es para no creer. Ahora me dicen “Ruso” y se me hacen agua los recuerdos, pero la bronca que me daba en aquellos tiempos. ¿Sabés… eh, calle Gaona...?
Y luego, el encuentro con Osvaldo “Peluca” Rolón; sí, cuyo padre era el encargado del correo en Gaona, entre el pasaje Amberes y Paramaribo. “Ché, Peluca -le digo con un corcho en la garganta-, ¿dónde andan todos los pibes?”, mientras me abrazo con mi amigo de la barra de Figueroa al 1200. “Los pibes, los pibes… están todos repartidos, Rusito”, me dice sin alegría. “¿Y dónde están repartidos, viejo?”, le pregunto con ingenuidad de oveja en el matadero: “Están repartidos… algunos en el de Flores, otros en la Chacarita, y los que viven, yo qué se, ché! Pero estate seguro que al de Recoleta no llegó ninguno”, me recita, y los dos nos cagamos de risa.
El barrio se aquieta. La euforia del reencuentro se va apagando, como una cerilla, como la vida. Las baldosas media chuecas bostezan resignadas. Me pareció ver a algunos árboles hacerme una especie de reverencia. Y juro que no me bajé ni un solo vaso de moscato.
Peluca y yo íbamos caminando por Gaona, a paso lerdo. Las vidrieras, tímidas y coquetas, seguían guiñándome el ojo. Yo me sentía con un pibe, taitantos pirulos más joven.
Y en lo mejor, en el momento más agradable, me vengo a despertar. ¡Pucha digo, che Gaona! ¡Qué bronca! ¿Sabés?

ANDRÉS ALDAO
*Este relato fue publicado originalmente en “Cuentos desde Lejos”, e incorporado a una nueva antología titulada Aserrín Aserrán…”.

(Aparecido originalmente en la edición Nº 35: noviembre/ diciembre de 2009)

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