SEXUALIDAD Y PODER*

Todo saber engendra un poder y todo poder utiliza una forma del saber. La medicina, como cuerpo de conocimientos, posee un poder: el poder médico. Dado que la relación del poder con la sexualidad es la de represión, podemos decir que la medicina, en tanto poder, reprime el sexo. Son los médicos quienes firman el acta de nacimiento y el acta de defunción, los que reglamentan lo normal y lo patológico, lo sano y lo enfermo. Los médicos están formados para interpretar el dolor, el sufrimiento, pero tienen un escotoma en su educación profesional. Así, si se les pregunta cuál es el síndrome del placer o del goce, manifiestan un desconocimiento total; tienen la posibilidad de prescribir el analgésico o el antiespasmódico de moda, pero no están adecuadamente preparados para enfocar el placer humano.
En las 1422 páginas del libro sobre fisiología humana escrito por Bernardo Houssay (premio Nobel de Medicina), no figura la palabra orgasmo, lo que constituye una de las muchas evidencias de la deformación y la mentira a que apela la medicina oficial para eludir uno de los grandes temas: el abordaje de la sexualidad. No podemos olvidar que la medicina adhirió a fines del siglo pasado a la postulación de que extirpar el clítoris era un recurso para curar la histeria, ni que a comienzos de este siglo existían clínicas donde se estructuraban sistemas para la atención de niños que se masturbaban, sobre la base de que la masturbación podía llevar a la locura, la debilidad, la epilepsia y el deterioro físico.
Parece obvio que la medicina siempre estuvo condicionada por los tabúes y la represión religiosa, de los que no ha podido separarse para realizar una investigación auténticamente científica. (…)   
Para que los conocimientos sobre sexualidad sean mejor aprehendidos y desarrollados, deben tener una apoyatura multidisciplinaria. Nadie será entonces el dueño de ese saber, sino que éste será comprendido a partir de la salud y la educación de la comunidad toda, no desde una ideología que encasille y someta y obligue el consumismo del sexólogo de moda y de los supermercados de la sexualidad, sino como una disciplina que crezca con modestia y permita una óptima intelección del tema. Es importante la ideología del educador y del terapeuta sexual, tanto para garantizar una sana transmisión de conocimientos como para asegurar la salud sexual. Ambos profesionales deben poseer una actitud fenomenológica ajena a los prejuicios, flexible y modesta, que abarque desde una adecuada concientización del esquema corporal hasta una relación elástica y libre con sus afectos, su autoestima y su relación con las personas. Ni el educador ni el terapeuta deberían constituirse en meros repetidores de recetas, dado que éstas no existen, desde el momento en que no existe la sexualidad sino las sexualidades.
Cada individuo puede gozar de su sexualidad en forma distinta, y todas las maneras son válidas en tanto produzcan placer y haya consentimiento y respeto mutuo. Esto debe ser asumido sin parámetros morales y culturales que reproduzcan el discurso dominante que somete y enajena.

ISRAEL STOLOVITZKY Y CARMEN SECADES
* Extraído del libro “Sexualidad y poder” (Israel Stolovitzky y Carmen Secades).

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