Paleontólogos, geólogos
e historiadores, entre otros tantos estudiosos, suelen barajar cifras exorbitantes
para mensurar las etapas históricas que mentan en sus investigaciones. Dichos
números grafican en parte la idea que desean expresar, y en ocasiones hasta
marean al gran público. De allí los malos entendidos y las confusiones,
principalmente en temas importantes como el tiempo que hace que el ser humano
habita el planeta Tierra.

Lo que hizo Sagan
fue simplemente pasar todos los hechos de la evolución a escala de un año. De
este modo, la explosión que da origen a la expansión del universo (el Big Bang)
ocurre el 1º de enero; toda la alquimia nuclear que produce los elementos
complejos insume hasta el 1º de mayo, fecha en que se forma nuestra galaxia; el
9 de septiembre surge el sistema solar; la Tierra nace el 14 y recién el 25 de
ese mes aparece la vida en ella. Los dinosaurios reinan entre el 24 y el 28 de
diciembre; el día 26 aparecieron los mamíferos.
El hombre recién
aparece el 31 de diciembre a las 13:30, descubre el fuego a las 23:46 e inventa
la agricultura a las 23:59:20. La civilización egipcia ocurre cuando faltan
diez segundos para terminar el año. Roma cae siete segundos más tarde, y el
lapso que va del Renacimiento hasta hoy, la civilización moderna, transcurre en
el último segundo.
Pensar el devenir
del universo a esta escala puede despuntar diversas reflexiones, pero la más
evidente es que la Humanidad tendría que aceptar con humildad su
insignificancia. Y que sus fantasías de apocalipsis tienen más que ver con su
propia supervivencia que con el discurrir del tiempo cósmico que le es
indiferente.
Fuentes consultadas:
“Vida inteligente en
la tierra” (Pablo Capanna), en revista “El Péndulo” Nº 1, mayo de 1981.
“Los dragones del
Edén” (Carl Sagan)
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