LAS DOS CARAS DE LO PÚBLICO*

El arquitecto Silvio Schachter, perteneciente a los Colectivos “Herramienta” y “Cultura Compañera”, analiza dos casos que grafican la doble vara con la que se maneja la gestión de los espacios públicos en nuestra ciudad.

 
 
Se cumplen dos años desde la ocupación y la violenta represión del parque Indoamericano, coincidentemente la legislatura porteña aprobó, en primera instancia, como parte del paquete de un fabuloso negocio inmobiliario, la cesión a una cámara empresaria del transporte de decenas de miles de metros cuadrados del parque Roca.
Pocos actos pueden graficar más elocuentemente los modos de pensar y actuar frente a lo público.
En diciembre de 2010, seis mil habitantes de las villas de Soldati, en su mayoría doblemente precarizados por pobres e inquilinos, deciden pacíficamente ocupar el parque Indoamericano para reclamar su derecho a tener una vivienda.
La represión conjunta de la policía Federal y la Metropolitana se cobró tres vidas y decenas de heridos y fue apoyada por la mayoría de los medios y de los políticos opositores. Allí se combatió a los ocupantes, como si se tratara de un enemigo extranjero.
Luego de ochos días de resistencia y en base a promesas de solución a los reclamos, se produjo el desalojo. Después de un censo que incluyo a 13.300 personas, el entonces Jefe de Gabinete Aníbal Fernández aseguró que se iba a financiar la adquisición de las tierras y ejecutar un plan para que los ocupantes accedan a una casa propia. La implementación quedaría bajo las directivas del gobierno Macri, el Ejecutivo Nacional aportaría un peso por cada peso que pusiera la Ciudad, pero aclaro que todo aquel que usurpara no tendría derecho a formar parte del plan de vivienda ni acceder a ningún plan social. Rodríguez Larreta, que consideró excelente el accionar policial, prometió que las prioridades las tendrían quienes más lo necesitaran, incluidos los ocupantes.
Hasta la fecha nada se ha hecho para cumplir lo proclamado y todos los reclamos están aún pendientes. Siguen procesados los militantes sociales y los responsables de los crímenes sin condena.
El Jefe de Gobierno porteño en una muestra de xenofobia y racismo tan brutal como elocuente declaro que los ocupantes son en su mayoría bolivianos y paraguayos y por tanto para evitar estos incidentes, debería cambiarse la política migratoria.
Lamentablemente esta política de segregación tuvo y tiene un sustento en importantes sectores de la sociedad porteña. Las empatías no se debieron a su preocupación por el parque, muchos mediáticos irritados desconocían donde quedaba el sitio en cuestión, pues obviamente no forma parte de sus habituales circuitos, el reclamo de mano dura, se sostenía, básicamente, en la necesidad de evitar que cunda el mal ejemplo.
En una construcción socio cultural de décadas, la villa, es presentada como un espejo invertido de la civilización, la cara opuesta a los deseos de una ciudad bella, limpia y ordenada. El estereotipo discriminatorio construido como una otredad negativa, considera la villa como área de riesgo y nutriente principal de la actividad criminal, albergue habitual de sujetos peligrosos, forma parte del catálogo de amenazas que alimenta la inseguridad. Todo aquel que vive allí es estigmatizado como habitante de un territorio sin control, promiscuo, sin familia, ni autoridad, por tanto es justificadamente segregado. Sus casas nunca son consideradas residencias, son provisorias como sus habitantes, su hábitat tiene límites expresos, superarlos siempre es considerado invasivo y justifica la complicidad con la aplicación de la violencia hacia los ocupantes.
La personificación de quienes no forman parte de ningún proyecto institucional, porque no tienen otro futuro que no sea la inmediatez o la transitoriedad, los condena, en el mejor escenario, a políticas prebendarías y clientelares. El resto de la sociedad no los considera parte de su existencia colectiva, su territorio nunca es reconocido como parte de la polis, no es lugar de ciudadanía.
Contradiciendo las definiciones habituales de un sentido común reaccionario que pontifica cada quien vive como se merece, para los pobres el espacio urbano nunca es gratuito, incluso el más precario, alquileres de 500 a 1.000 pesos son exigidos por habitáculos misérrimos.
Pero no solo se trata de pobreza en términos de ingresos, existe una dimensión simbólica constituida por una sinergia de procesos culturales y sociales que sostienen la exclusión, establecen distancias y cargan de sentido las barreras físicas y virtuales.
El incumplimiento tanto de planes de vivienda, como de las normas para la urbanización de las villas, no son causados por dificultades técnicas o presupuestarias, son la consecuencia de un proyecto sistemático de limpieza clasista y racial, por parte de quienes sostienen que habitar es sinónimo de consumir y que solo el patrimonio da derechos. Hace dos años el discurso repetido hasta el hartazgo, exigía la defensa del parque Indoamericano como un espacio de todos, que bajo ningún aspecto podía permitirse fuera usurpado por un grupo en beneficio propio, incluso aunque este sea motivado por el primario derecho a vivir. La retórica devino en cinismo, ahora, a solo diez cuadras del Indoamericano, en otro parque, el Roca, por un acuerdo del PRO con legisladores del FPV y aliados, se concesionaran por treinta años, 37, 5 hectáreas a la empresa CTC Administradora S.A. Sin pago de alquiler o canon, con exenciones impositivas extraordinarias, beneficiando a la Federación Argentina de Entidades Empresarias de Autotransporte de Cargas, FAADEAC, autorizándola a construir un centro de transferencia de cargas.
Entonces la nueva interpretación del espacio público, lo transformó en un lugar inútil, residual, sometido a la lógica mercantilizadora, lo que fuera considerado ocioso durante décadas, ahora fruto de la especulación inmobiliaria y la creciente necesidad de reinversión del capital se ha vuelto apetecible, presa del maniqueísmo de la puesta en valor, se vuelve necesario hacerlo rentable.
Mientras en el Indoamericano se reprimió a los indoamericanos, que se volvieron visibles más allá de los límites de reclusión asignados, en el parque que lleva el nombre del etnocida Roca, los empresarios eurocéntricos pueden hacer los negocios que les facilita el Estado.

SILVIO SCHACHTER
*Trabajo realizado originalmente para el portal de Noticias Marcha.

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