FUKUSHIMA Y DESPUÉS*


El terremoto y tsunami que afectaron recientemente a Japón mostraron una realidad de facetas contrastantes. Por un lado el coraje y responsabilidad con que el pueblo japonés afrontó el desastre (…). Pero, simultáneamente, vimos los enormes niveles de negligencia con que los operadores nucleares actuaron ante los daños sufridos por la central de Fukushima, después de habernos hecho creer durante años que las centrales atómicas japonesas eran las más seguras del mundo.

Las causas de ese desastre son terriblemente sencillas: ahorraron dinero. En vez de construir una central atómica que resistiera la intensidad de terremoto y altura de tsunami que efectivamente ocurrieron, lo hicieron para una altura e intensidad mucho menores. Según cables diplomáticos (…), la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) advirtió hace dos años al Gobierno de Japón del riesgo de que sus centrales nucleares no aguantarían terremotos de gran magnitud. La contestación de Tokio, informa EFE, fue comprometerse a mejorar el nivel de seguridad de todas sus centrales atómicas, y se creó un centro de respuesta rápida en la central de Fukushima, pero los documentos aseguran que el peor escenario que se estableció como hipótesis fue un terremoto de magnitud 7. En cuanto a la ola del tsunami, primero se dijo que tenía 10 metros de altura, y después, en vista de que no podían explicar los destrozos, la elevaron a 15 metros. Con lo que sabemos a posteriori, la catástrofe parecía anunciada. La empresa se había pasado años falsificando los datos de seguridad en sus informes al Gobierno, lo que significaba que todo era más frágil de lo que debería haber sido. La empresa perdió varios días preciosos, en los cuales la situación empeoró, ya que no quería intervenir para no dañar objetos económicamente tan valiosos como son los reactores. Después no supieron qué hacer y todas las actuaciones son improvisadas.

Esto no es propio de Fukushima. En la mayor parte de los casos, los que operan instalaciones de alto riesgo están en condiciones de enfrentar eventos desfavorables pequeños. Cuando el evento supera la capacidad de respuesta se le echa la culpa a la naturaleza o a Dios, en vez de pensar en los que ahorraron dinero en medidas de seguridad. ¿Es que nunca vamos a aprender de aquellos que decidieron que el Titanic no necesitaba botes salvavidas para todos los que viajaban?

Algunos operadores nucleares ensayaron la torpe defensa de que la combinación de terremoto con tsunami los sorprendió, ya que no lo habían previsto. Sin embargo, un temblor de tierra en un área costera provoca necesariamente movimientos en el agua del mar. Japón tiene demasiada experiencia en tsunamis (la propia palabra es de origen japonés) como para que se pueda pasarlos por alto. La ubicación de la central de Fukushima es el primer dato sobrecogedor. Está al borde del mar, lamida por el oleaje. Es decir, en el sitio más vulnerable a un evento como el que se produjo. ¿Por qué la empresa eligió la peor ubicación posible, la más peligrosa? ¿Por qué el Gobierno se lo permitió? No lo sabemos…

Ante el desastre, mientras la sociedad de todos los países señalaba el manejo desastroso de los operadores de Fukushima, muchos especialistas nucleares hicieron una cerrada defensa de esa central atómica… ¿Compartimos este punto de vista, teniendo en cuenta que los muertos los pone la sociedad? Al respecto, Leonardo Moledo afirma que “lo que deja como enseñanza lo ocurrido en Japón no es que la generación de energía mediante centrales nucleares sea intrínsecamente peligrosa, sino que nunca se reforzarán bastante los sistemas de seguridad” (El Argentino, 17/3/2011). Pero si ningún sistema de seguridad va a dejarnos tranquilos, ¿para qué queremos ese tipo de energía?

ANTONIO ELIO BRAILOVSKY

* El texto original ha sido adaptado al espacio disponible, respetando el mensaje del autor.

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