El eucaliptus de la quinta Lezica

Como Don Ambrosio Plácido Lezica, además de ser partidario de Mitre, era fundador de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, hacía tiempo que conocía a Domingo Faustino Sarmiento. Por ello le extendió una invitación oficial al entonces presidente para visitar aquellas tierras que los vecinos de la zona ya conocían como la Quinta Lezica. El convite fue aceptado por el sanjuanino, pero su visita se realizó con carruaje de escolta. A partir de un reciente atentado, todas las visitas presidenciales se hacían bajo custodia. En aquella ocasión, los carros se detuvieron entre las carretas de lecheros en la esquina sudoeste en que nacía el Boulevard “La Plata”. Allí estaba la pulpería de Martínez y el puesto de peaje de la sociedad que construía el camino a San José de Flores. El encargado del puesto se negó a hacerlos pasar hasta que el mandatario mostró su cabeza por la ventana del carruaje. Ese día, los lecheros tampoco pagaron peaje. Apenas reiniciada la marcha apareció la quinta, delimitada por un cerco de pared baja, con rejas y pilares cuadrados que se extendía hasta poco antes de la antigua pulpería de Nicolás Vila, célebre en la zona por su veleta con forma de caballito.
Después del vermouth, Lezica y Sarmiento caminaron por el parque según el trazado del jardinero Blanco; sus mujeres los escoltaron a dos sombras de distancia. Hablaron de los ingleses, de los ferrocarriles; hablaron de árboles que viajaban desde Australia a los bosques de Palermo, de las costumbres que tenían los vecinos de pasear los domingos por los viejos alfalfares de Rosas, de la plantación de palmeras en la avenida; hablaron de naturaleza cultivada, institución cívica y servicio higiénico; hablaron de Nueva York; hablaron del cuerpo de la planchadora negra que lavaba las sábanas agachada sobre la Noria; hablaron de malones, de la construcción de la Penitenciaría Nacional; hablaron de la Quinta Normal, un único dispositivo territorial, centro de operaciones productivas y educativas, suerte de quinta pública que se construiría sobre las ruinas del Caserón de Rosas en San Benito de Palermo; hablaron de sepultar el pasado sangriento sobreimprimiendo una regulación civilizada al territorio bárbaro. Terminando la visita, Don Ambrosio exhibió sus lujosos carruajes en la cochera. El Presidente quedó tan impresionado que Lezica se los ofreció en préstamo para cuando los necesitara. Sarmiento devolvió gentilezas entregando uno de los siete eucaliptos que había hecho traer desde Australia a modo de presente, que pronto sería plantado en el futuro Parque Rivadavia, y se retiró junto con sus carruajes antes de que anocheciera.
Fuente: “La Desplaza. Biogeografía del Parque Rivadavia” (Julián D´ Angiolillo)

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