Los últimos conversos



Cristo camina por Monte Calvario, Simon de Cirene lo ayuda. Simon le dice al oído: “Te acompaño no por miedo a los Romanos, sino para que mueras rápido. Entiende que no creo en tu Dios, solo creo en mi”. Jesús lo mira y lejos de despreciarlo le informa: “Yo también creo en vos, por eso muero, soy la ofrenda de tu libertad. Muy pronto dejarás de llevar esta cruz, del mismo modo que el pueblo el peso de Dios. Con mi muerte, termina la saga de un Dios castigador. Sucederá de las ausencias un Dios que perdone hasta la peor de las criminalidades”. Simon intuye que el pueblo necesita imágenes, y aunque el acto magnánimo le quite a Dios su dedo inquisidor pondrá en Jesús la pasión relevada. Pero Jesús sucio y cansado no es ejemplo de lo advenedizo sino de lo humano. Jesús calla, Simon sostiene la cruz con fuerza. “Eres solo un hombre y quiero ayudarte porque eres mi igual”. Jesús sonríe, una mujer le ofrece agua, toma un trago como puede. “Eres solo un hombre y quiero ayudarte”, le grita Simon. Jesús asienta con la cabeza. Ya en la cruz, un ladrón confiesa que ha pecado. Jesús guarda fuerzas para convertirlo. Por último, pide perdón para aquellos que no saben qué es lo que hacen. Algunos hombres, dicen ser la humanidad, desean colgarlo. Realizan el acto porque los mueve el poder. Jesús está orando, esta dictándole al cielo las últimas nubes: “Es mi amor con ustedes, son libres hasta de matarme, porque quieren estar solos ante Dios. Yo no condeno tal acto, al contrario dejo que me maten. Después de mi tendrán la libertad por delante. La libertad es algo formidable si aprenden a usarla. Permite volver a sentir el mundo, y cuando el mundo habla, los pájaros callan. Mi muerte, ese es mi mayor gesto de amor. Porque mi amor no desconoce la libertad como el fuego a la llama. Soy Jesús, y no los obligo a seguirme, de hecho tampoco crean que los condeno si no lo hacen. Sé que hay placeres diseminados por el mundo. Sé que hay muchas alegrías, mucho poder, grandes fortunas. Incluso, sin mi, pueden vivir una vida sin tormentos. No es necesario tenerme de referente. Yo solo fui enviado para demostrar justamente eso, yo soy nadie. Pero ahora bien, mi amor existe por sobre todas sus elecciones y sin embargo no intercederá en ninguna de las que tomen. Porque mi amor tiene menos de prójimos que de libertades. Es una gota de océano dentro de un vaso de leche.

DIEGO M. VARTABEDIAN
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