El tanguero de Caballito

Antonio Mazzei, viejo conocido del ambiente tanguero, recuerda sus vivencias en el barrio de antaño.

“Cuando nos vayamos no va a quedar nadie del estilo nuestro. De todos modos no hay que encerrarse y aceptar las cosas desde distintos puntos de vista…” dice nuestro vecino memorioso, mientras revuelve una pila de hojas que, al desarmarse, amenaza con tirar al piso las tazas de café. Es que Antonio Mazzei se entusiasma al difundir notas y recuerdos sobre su amado tango, pieza fundamental de nuestra cultura popular.
- ¿Cómo llegó el tango a su vida?
- Resulta que un tío mío alquilaba un tocadiscos marca Winco con amplificadores para diversas fiestas. Y yo lo acompañaba, le llevaba los discos y después los pasaba en el baile. Pero cuando alguna mina me pedía una pieza en especial le decía “muy bien, pero tenés que bailar conmigo”. Y ahí mi tío se ocupaba de pasar los discos y yo milongueaba (risas). Después comencé en la milonga haciéndome socio del club Villa Malcolm, de la calle Córdoba, reuniéndome todos los domingos con la barra. También íbamos al Villa Crespo, San Lorenzo, Huracán, Sportivo Buenos Aires (donde se bailaba en una cancha de básquet), Social Rivadavia… Los bailes eran especialmente los sábados hasta poco más allá de la medianoche, o los domingos a veces, salvo durante los carnavales, cuando los carteles anunciaban “Ocho grandes bailes ocho”…
- ¿Qué orquestas eran las preferidas de tu barra?
- En realidad íbamos a escuchar a todas las orquestas. De todos modos, para bailar los más aceptados eran Di Sarli y Fresedo y para escuchar, por supuesto, Aníbal Troilo con el “Tano” Florentino o Floreal Ruíz. Pero fijáte un detalle: cuando las orquestas tocaban casi nadie bailaba, porque la gente se detenía a escuchar. Por eso, a veces, en San Lorenzo por ejemplo, me han contado que temblaba el palco donde estaba la orquesta de Aníbal Troilo de tanta gente apretujada por estar cerca. Y el “Gordo” Troilo, cuando terminaba de actuar, siempre ejecutaba como última interpretación “Pá que bailen los muchachos”. Claro, porque después de eso venían las grabaciones y se podía bailar…
- ¿Qué lugares bailables recuerda de Caballito?
- Había uno en José María Moreno casi Rivadavia, en un primer piso. Otro que recuerdo quedaba sobre Rivadavia, antes de llegar a Carabobo, que tenía un pasillo muy largo al entrar. De todos modos no venía mucho para acá.
- ¿Cuándo llegó al barrio?
- Vivo aquí desde fines de 1980. Primero en el edificio de “El Hogar Obrero”, hasta la quiebra de aquél. Y después en Rosario y Centenera. De todos modos rondé de niño la barriada (ver aparte).
- ¿Qué actividades vinculadas al tango puede destacar de Caballito?
- Me gustaría destacar al grupo que nos juntamos todos los domingos cerca del mediodía, junto al paredón del Colegio Normal Nº 4 en el Parque Rivadavia (a la altura del puesto 22 de libros). Digamos que somos los coleccionistas del tango del “Paredón y después”, y nuestro fin es intercambiar información de todo tipo: discos, partituras, letras, y hasta a veces alguno lleva alguna victrola para escuchar música. Entre los habitués están Floreal Omar Ruíz (hijo del “Tata”) y Antonio Marano, quien fue guitarrista de Nelly Omar durante 25 años. Pero ojo que está abierto a todo el mundo, no somos una elite ni nada por el estilo.
Hablando de Nelly Omar informo a los vecinos que hace casi dos meses le entregamos la “Orden del Buzón de Oro”, distinción otorgada por el Museo Manoblanca de Centenera y Tabaré que también recibieron Ben Molar y Mariano Mores. Y que esta institución, dirigida por el caballitano Gregorio Plotnicki, cumple 25 años en agosto…
Ya había pasado un segundo café y las anécdotas de Antonio Mazzei seguían tomando por asalto la mesa de la confitería. A esa altura ya no tenía dudas de que sólo su particular estampa de porteño sería digna de una crónica aparte. Mientras tanto, al estar la página de esa reseña en blanco, permítanme recomendarles una visita al parque un domingo cerca del mediodía…

ANECDOTARIO
- “Conocí el barrio a fines de los años `36. Mi padrino Antonio era vendedor de frutas y verduras en la calle Rojas, donde ahora están los locales comunitarios que habilitó la Municipalidad. Y resulta que yo lo acompañaba en vacaciones y le hacía el reparto en la zona. Recuerdo que mi padrino, a las cinco de la tarde, me daba unas monedas para que me tomara un submarino con mediaslunas en el bar automático que quedaba en Rojas y Rivadavia (donde ahora está la Quesería). A la salida, al cerrar el negocio, tomábamos el tranvía 2, que iba por Rivadavia hasta Liniers. Y bajábamos pasando Nazca, al llegar a una pequeña Plazoleta, desde donde salían unos carros con cuatro ruedas tirados por caballos llamados “volantas”. Y así viajábamos a Villa Real a la casa de mi padrino, que quedaba sobre una calle que se llamaba Pasaje del Hambre”.

ENCUENTROS- “Tuve la oportunidad única de ver pasar el carruaje que llevaba los restos de Carlos Gardel hacia la Chacarita. Le rindieron homenaje en distintas partes del mundo durante seis o siete meses, y volvió en febrero de 1936. Lo velaron una noche en el Luna Park, y allí la orquesta de Francisco Canaro interpretó el tango “Silencio”. Al día siguiente el cortejo siguió todo por Corrientes hasta la Chacarita. Era increíble la cantidad de gente que acudió a despedirlo. Recuerdo que a mis seis años iba a babucha de un tío mío y que, cerca de Corrientes y Bustamante, pude ver aquel carruaje tirado por tantos caballos…”.

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