La libertad del placer




Para ordenarnos en el desarrollo y conocimiento de esta problemática que involucra a hombres y mujeres, lo primero es comenzar a definir qué entendemos por sexualidad y cómo conceptualizamos a la adolescencia. La sexualidad es una construcción social que se forja en contacto y comunicación estrecha con los otros y, como tal, es mensaje e información. Por eso, en esta relación interhumana debemos debatir, reflexionar e integrarnos para socializar nuestras vivencias. Lo contrario será enfrentar, callar, incomunicar situaciones de las que tenemos tristes y dolorosas experiencias. El sexo se ha transformado en un vehículo cada vez más importante en la comunicación, en la entrega y recepción de amor y placer, pero también en un instrumento de explotación, abuso y sometimiento.
De acuerdo a los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud, entendemos por salud sexual “la integración de los elementos somáticos, emocionales, intelectuales y sociales del ser sexual que por medios enriquecedores, potencian la personalidad, la comunicación y el amor”. La historia de nuestra sexualidad ha sido atravesada en gran parte por conceptos ocultos, secretos y pecaminosos tabúes, basados en el temor y la sanción social, fundamentalmente a través del pecado, la culpa y el castigo, pero nuestra sociedad pacata y represora está aún sexualmente enferma.
Según las distintas etapas del recorrido de nuestra evolución cronológica, podemos decir que la sociedad conceptualiza que el niño no posee sexualidad: es como un angelito “sin sexo”. El adolescente posee sexualidad, pero debe ser satisfecho autoeróticamente pues no está maduro para las relaciones interpersonales. El adulto tiene una sexualidad programada o esperada desde lo social, mientras que las personas de mayor edad aparecen sin sexo, pero no como “el angelito”, sino como el “impotente” jubilado en vida. Todos estos modelos forman parte del diseño preestablecido por el poder, los dogmas y los medios de comunicación controlados, generando en la sociedad preconceptos para que estos grupos cumplan lo ya determinado o esperado.
Conceptualizamos a la adolescencia como una etapa de conflictos y crisis en la conducta, que genera miedos y contradicciones. En este sentido, los adolescentes aparecen señalados como “moscas blancas”, máxime cuando se los relaciona con la sexualidad o se los vincula con la drogadicción, porque viven siempre su sexualidad como peligrosa, perversa o decadente. Etimológicamente, la palabra adolescencia proviene de Ad: a, hacia y Olescere, de olere, crecer. Es decir, significa proceso de crecimiento. La pubertad es una etapa biológica: de crecimiento, de cambios corporales, de desarrollo de los órganos sexuales y reproductivos, mientras que la adolescencia es un fenómeno psico- social que en nuestra época se ha extendido desde los 10 hasta los 24 años, aproximadamente. Dicho punto merece un desarrollo más severo, pero aquí podemos mencionar que la conducta en general, y la sexualidad en particular, es producto de los problemas y sistemas que interactúan y cambian con el tiempo y en cada sociedad. Antes de la aparición de los hippies en la época de la posguerra, y por supuesto antes de Los Beatles, un varón con pelo largo era sinónimo de homosexualidad. Veinticinco años después esa idea nos parece ridícula.
Tenemos que dejar de ser hipócritas con nuestros adolescentes. Es imperioso que se desarrollen servicios de salud sexual y reproductiva específicos, diseñados para ellas y para ellos. Son parte fundamental de la constitución de su identidad. Y no olvidemos que 2 mil millones de adolescentes, de las 5 mil quinientas millones de personas que pueblan el planeta, están reclamando atención, respeto y un lugar para desarrollar en libertad su erotismo y placer.


DR. ISRAEL STOLOVITZKY*
*Vecino del barrio de Caballito dedicado a la Medicina Clínica. Educador sexual, consultor en sexualidad humana, y co- autor del libro “Sexualidad y Poder” (Ed. Punto Sur).

Comentarios