A quienes
fuimos niños durante la supremacía de la televisión como principal medio de
comunicación, nuestros padres nos advertían acerca de los daños que provocaba nuestra
exposición prolongada frente a la “caja boba”. Aquel perjuicio se multiplicó hoy
de otra forma con la difusión generalizada del celular, cuyo uso además está a
mano en todo momento. La tele, en definitiva, podía apagarse y no era portátil.
Pero el móvil no conoce de horarios de protección al menor, ni de editor alguno
que se haga responsable de las noticias falsas que circulan por los portales informativos
y redes sociales. Incluso muchos adultos son adictos a su uso. ¿Esto significa
el comienzo de un apocalipsis inevitable? Tampoco exageremos. Pero debemos
dejar de “habitar” nuestros celulares, y limitarlos a su condición de
herramienta útil que nos conviene que conserven.
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