El docente y escritor Félix Sánchez Durán, oriundo de Caballito, presenta “Somos”, una serie de poemas que explora nuestra identidad a través de analogías y metáforas renovadas.
En medio de una pandemia inédita,
el docente y escritor Félix Sánchez Durán lanzó “Somos”, su séptimo libro de poesía.
Esta obra es fruto de un contexto de encierro tan prolongado como inesperado, y
dispara contra todo lo que hasta aquí parecía sagrado. Debido a que el autor es
además un músico aficionado, estos poemas se nutren también de la sonoridad de
las palabras.
-
¿Qué le aporta “Somos” a tu obra?
- Le aporta una mirada
introspectiva de nuestra sociedad y su idiosincrasia. Recorre nuestras
contradicciones y miserias de un modo más reflexivo, en donde lo cotidiano
queda en suspenso. Tal vez en esto influyó mucho la pandemia y la cuarentena,
que me permitió parar la pelota para pensar desde otro lugar. Esta es la
primera obra que encaro con el objetivo de desandar algunas metáforas que,
creo, ya no sirven para incentivar la imaginación y el pensamiento crítico. Las
analogías y las metáforas son recursos muy valiosos, tanto desde el punto de
vista literario como argumentativo. Y hay que renovarlas para que abran
nuestras mentes y nos interpelen. Para que sean atractivas y chocantes al mismo
tiempo. El camino es largo y aún tengo mucho por explorar aquí.
- ¿De qué modo crees que nos identifica como personas el uso de las
palabras?
- Creo que con las palabras y el
lenguaje nos pasa lo mismo que con las leyes y las normas en general. En vez de
poner las leyes y el lenguaje al servicio de la sociedad, ponemos a esta al
servicio de aquellas. Y entonces nos estancamos socialmente, y nos subordinamos
mentalmente. Tenemos leyes que ya no se condicen con nuestras realidades, y
otras que se han sabido adaptar a problemáticas complejas. Lo mismo sucede con
el lenguaje. “Todos tenemos derecho al voto”, pero “todos” no incluye a
“todas”, aunque quieran hacernos creer eso. Aquí, la ley, el derecho político,
superó al lenguaje. Basta que haya un hombre en un grupo de diez personas para
que tengamos que decir “todos”. Ni siquiera sirve de forma descriptiva. Incluso
hay otros problemas que no son tan visibles, y que se relacionan con el modo de
acercarse al lenguaje desde lo educativo. Si transmitimos el lenguaje como algo
sagrado e inmutable, además de faltar a la verdad, nos encontraremos con
personas que preferirán no tomar la palabra por miedo a hacerlo mal. No se
animarán a cambiar el lenguaje haciendo sentir su voz. Y es muy difícil
aprender algo de un objeto con el que no podés jugar para explorarlo, abrirlo y
ver qué tiene dentro. Lo esencial aquí no es el lenguaje, sino que la
comunicación sea efectiva, afectiva y empática. Y es verdad que para que la
comunicación sea efectiva debemos seguir ciertas reglas. Pero estas pueden
volver a consensuarse a partir de nuevas realidades y necesidades, e incluso también
de ideales. Una sociedad inclusiva no puede utilizar un lenguaje no inclusivo. Las
palabras dan forma a nuestro pensamiento, y este debe poder expresarse sin
temor al ridículo, al error, o a la exclusión. En el aula veo que los jóvenes logran
expresar mejor lo que piensan, e interpretan mejor a lxs otrxs, cuando le
pierden el temor al lenguaje y lo ponen a su servicio.
-
¿Puede ser entonces que “Somos” también sea una reivindicación a todo lo que no
puede asirse en palabras?
- Sí, sin lugar a duda. Es que la
palabra justa (y pensamos en Paco Urondo) y lo inefable tienden a coincidir,
sobre todo cuando tenemos un ideal de mundo distinto al que vivimos. La palabra
justa no puede más que correr para alcanzar a lo inefable.
En algunos poemas aparece esta
reivindicación de forma evidente y en otros, no. El lenguaje inclusivo, por
ejemplo. Está y desaparece, va y viene. Hay lenguaje inclusivo sembrado sin
demasiadas señales de ello. En otros lugares, desaparece pisado por el lenguaje
patriarcal. Tiene su porqué: “somos” una sociedad patriarcal con un lenguaje
patriarcal, y tiene que estar presente como momento de transición, como
resabio. No podría simplemente negarlo. Es parte de nuestra contradicción como
sociedad. Debemos entender cómo pensamos, para luego permitirnos explorar el
lenguaje y poder visualizar un mundo distinto. Y no es el único lugar, el
lenguaje inclusivo, donde la palabra justa y lo inefable coinciden. Es poesía.
Al fin y al cabo, la poesía se permite romper con el lenguaje acartonado.
Entiendo a la poesía como un lugar privilegiado donde la palabra justa y lo
inefable tienden a coincidir. También sucede en la política.
-
¿Qué importancia crees que tiene la poesía en la era de la posverdad?
- La poesía no puede leerse de un
tirón. A veces lleva más tiempo leer un poema de cuatro líneas y entenderlo,
que leer un portal o un periódico completo. La poesía nos invita a detenernos y
pensar. Ahí hay algo que digerir. No sucede lo mismo con la información.
Estamos acostumbrades a ingerir las noticias sin masticarlas. Y allí entra la
posverdad como un camión a toda marcha… Una lectura poética de la realidad o de
un texto nos convoca a ver qué hay detrás. Ninguna palabra es inocente ni cae
en un lugar por accidente. En la poesía eso está claro. Pero lo que sabemos
para un poema no lo tenemos en cuenta para una noticia. En cada palabra hay un
mundo, una idiosincrasia, un orden de las cosas y de las personas. Y la poesía
nos entrena para buscar tras bambalinas.
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