A la mujer la sombra se le quedó
en la playa un domingo de verano. Había ido con toda la familia y a la
tardecita, cuando ya se volvían y había que recoger los toallones, las pelotas
y las canastas, se dio cuenta de que algo quedaba sobre la arena, un objeto
oscurecido, con una forma más o menos parecida a la de un cuerpo alargado. La
mujer no la reconoció en seguida y se inclinó para levantarla e
identificar qué se estaban olvidando.
Era su sombra. La sombra no
pesaba nada en la mano y era tan flexible que si la levantaba por la cabeza
parecía derramarse por los pies. Había quedado con la postura de brazos en
jarras que había tenido secándose después del último baño, estirada por el sol
poniente. La mujer no llamó a nadie ni comentó nada y como si quisiera
ocultarla plegó ese cuerpo de luz oscurecida, lo dobló varias veces, hizo un
rollito y se lo guardó en el bolso.
Desde entonces anda con su sombra
en la cartera. Su sombra no quiso depender nunca más de su cuerpo poniéndose al
sol. Y como a la mujer le pesa no hacer sombra sobre el suelo, muchas veces
intentó recuperarla sacándola de la cartera y desplegándola en el suelo detrás
de ella, a contrasol, pero la sombra sigue con una postura enfurruñada de
brazos en jarras aunque ella la desafíe levantando un brazo o estirando una
pierna. La mujer, entonces, vuelve a hacerla un rollito y se la
guarda en el bolso otra vez porque a tirarla no se anima.
ISABEL GARIN
https://sembrandoelviento.blogspot.com/
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