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Foto: E.J.T. |
“Esa mañana, mi intención era dejar atrás el centro para
inaugurar mi estadía con una visita al río, de modo que, bajando hacia el este
por la avenida Belgrano, el taxi dobló por la avenida 9 de Julio y empezó a
rodar hacia el norte.
El inmenso Obelisco de
cemento que la adorna en la intersección de la avenida Corrientes no constituye
para mí su atracción principal, sino los palos borrachos, con sus troncos
inflados y espinosos de un verde claro, árboles de los que no he podido
todavía, mediante la observación directa, deducir el ciclo de floración, ya que
he visto ejemplares florecidos en diferentes épocas del año, junto a otros
completamente pelados, como si existiese un individualismo en el reino vegetal.
En las ciudades del
litoral, tres grandes árboles se disputan el estrellato estético cuando avanza
la primavera, y florecen en este orden: el lapacho, la acacia amarilla, lo
bastante frecuente en Europa como para que el nombre latino que la identifica
merezca ser mencionado, y el Jacaranda, llenando, sucesivamente, los parques,
las plazas y las avenidas, de flores rosa fuerte, amarillas o lilas que cubren
no solamente las copas de los árboles, en los que a veces ni siquiera hay
hojas, sino sobre todo el suelo, de modo que en ciertas calles estrechas y
arboladas se camina literalmente sobre una alfombra, de uno de esos colores, o
a veces bicolor, ya que la floración de las acacias y de los jacarandáes es más
o menos simultánea. En Caballito, las enormes acacias de la calle Pedro Goyena (a
mi juicio, una de las más lindas de Buenos Aires) llenan la vereda y la calle,
durante medio kilómetro, de una capa amarillo vivo, en tanto que la transversal
que la corta, Del Barco Centenera (el primer poeta que cantó a la Argentina)
opta, con abundancia idéntica, por el lila de los jacarandáes”.
JUAN JOSÉ SAER
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