La primavera nos regala las ganas
de caminar por las calles olvidadas de nuestro barrio. El observador atento
puede adivinar texturas, olores, y colores. También accidentes geográficos,
como el arroyo que corre por debajo de la calle Del Barco Centenera.
Claro que las ciudades son
creaciones de seres humanos, y que su fin es contener a las personas dentro de
ellas. Pero ahí está el meollo de la cuestión. Porque el habitar también es una
forma de entender a una ciudad, al margen de la opinión de quienes la diseñan.
Quienes vivimos en el espacio
urbano tenemos el derecho de decidir cómo queremos que sea nuestro entorno. Es
un derecho básico que muchas veces queda olvidado detrás de otras demandas
urgentes que, en los hechos, se nutren de aquel. ¿Qué sentido tiene hablar del
derecho a la educación, a la salud o a la alimentación, si no contemplamos el
continente donde se desarrolla nuestras vidas? El derecho a una vivienda digna,
por caso, sobreentiende al menos en las ciudades que las casas estén provistas de
los servicios básicos como red cloacal, electricidad, asfalto, etc.
Las ciudades, decíamos, se
planifican por diversos motivos, pero son las personas que viven en ellas
quienes le imprimen una identidad particular. Y su manera de vivirla es
menester que tenga algún canal de expresión.
No es bueno dejar el hábitat
urbano en manos de quienes hacen negocios inmobiliarios en Caballito o en
Dubai. Los caminadores de barrio tenemos mucho para decir.
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