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Foto: Editorial y revista Sudestada |
En
primer lugar, no se desespere y en caso de zafarrancho
no
siga las reglas que el huracán querrá imponerle.
Refúgiese
en la casa y asegure los postigos
una
vez que todos los suyos estén a salvo.
Comparta
el mate y la charla con los compañeros, los besos furtivos
y
las noches clandestinas, con quien le asegure ternura.
No
deje que la estupidez se imponga.
Defiéndase.
A la
estética, ética.
Esté
siempre atento.
No
les bastará empobrecerlo y lo querrán someter con su propia tristeza.
Ríase
estentóreamente.
Mófese:
la derecha está mal cogida.
Será
imprescindible cenar juntos cada día hasta que la tormenta pase.
Son
cosas simples, sencillas, pero no por ello, menos eficaces.
Diga
hacia el costado buen día, por favor y gracias.
Y la
concha de tu madre cuando lo soliciten desde arriba.
Tírele
con lo que tenga, pero nunca solo.
Ellos
saben cómo emboscarlo en la desprevenida soledad de una tarde.
Recuerde
que los artistas serán siempre nuestros.
Y el
olvido será feroz con la comparsa de impostores que los acompaña.
Todo
va a estar bien si me hace caso.
Sobreviviremos
nuevamente, estamos curtidos.
Cuidemos
a los pibes que querrán podarlos.
Solo
es menester bien pertrecharse y no escatimarnos amabilidades.
Deberemos
dejar a mano los poemas indispensables, el vino tinto y la guitarra.
Sonreírles
a nuestros viejos como vacuna contra la angustia diaria.
Ser
piadosos con los amigos.
No
confundir a los ingenuos con los traidores.
Y
aún con estos, tener el perdón fácil para cuando vuelvan
con
las ilusiones forreadas.
Aquí
nadie sobra.
Y
eso sí, ser perseverantes y tenaces,
escribir
religiosamente todos los días, todas las tardes, todas las noches.
Aún
sostenidos en terquedades si la fe se desmorona.
En
eso, no habrá tregua para nadie.
La
poesía les duele a estos hijos de puta.
ALEJANDRO ROBINO
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