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Foto: María del Pilar Loffredo. |
Volver al querido barrio fue respirar niñez y adolescencia. Así también
mirarme en pantalones cortos jugando un picado en el Parque Rivadavia, en el
Parque Centenario o en Plaza Irlanda. Seguramente, mirando hobbies en la Feria
dominical, o correteando chicas del María Auxiliadora, Sagrado Corazón, o Santa
Rosa. Allí fueron mis primeras llegadas tarde a casa. Y los consabidos
retos. En Caballito intente mi primer beso. Y de allí, soñé con mi primera
novia. Ese, mi lugar, me inspiraba confianza, seguridad y tranquilidad. Y esto
fue real. Allí di mis primeros pasos en la vida y, por qué no, mis primeras
rateadas. ¡Como olvidar el papy fútbol del Club Italiano, los carnavales,
la feria de Bogotá y Río de Janeiro, mi primer laburo en la rotisería de Juan!
Aquellos asaltos en Eduardo Acevedo y Bogota. Los discos pintados de
colores. Los zapatos con plataforma, y los pantalones Oxford. Seguramente
perseguir a Marcela... diosa que ni siquiera se fijaba en mí. Es más, me
ignoraba caminando por Yatay. Hoy viví una mezcla de todas esas sensaciones que
en algún lugar estaban, y quizás no las tenía presente. Pero, por otro lado,
conviví con un montón de gente, que solo reclama esa identidad que alguna vez
tuvieron mis calles. Esa, de las tardes interminables de los abuelos. La misma
de luz eterna pues las casas eran bajas, y se respiraba aire. Hoy tanto
Caballito Sur, como el Norte; suplicaron por este vivir. Era el que
tenían. Fue el que eligieron. Sin embargo, emprendedores inescrupulosos,
como en todos lados, pretenden desgarrar estas vivencias y convertirlas en
gallineros de lujo. ¿Nostálgico? ¡No! Mis plazas no tenían cerco, yo caminaba
tranquilo por las calles, y la gente era de la época, en que la gente era
gente. ¿Cómo perdimos todo eso? Esa es otra historia. Pero no dudes:
Caballito, estoy con vos.
GUILLERMO LUÍS “TATO” MEDINA
(Publicado originalmente en nuestra edición Nº 23: mayo/ junio de 2007)
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