Tras
escribir en el papel la palabra coyote
hay que
vigilar que ese vocablo carnicero
no se
apodere de la página.
Que no
logre esconderse
detrás de
la palabra jacarandá
a esperar
a que pase la palabra liebre y destrozarla.
Para
evitarlo,
para dar
voces de alerta
al
momento en que el coyote
prepara
con sigilo su emboscada,
algunos
viejos maestros
que
conocen los conjuros del lenguaje.
Aconsejan
trazar la palabra cerilla,
rastrillarla
en la palabra piedra
y prender
la palabra hoguera para alejarlo.
No hay
coyote ni chacal, no hay hiena ni jaguar.
No hay
puma ni lobo que no huyan.
Cuando el
fuego conversa con el aire.
JUAN MANUEL ROCA
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