El actual habitante de Caballito
difícilmente podrá imaginarse la topografía, usos y costumbres que imperaban en
las décadas del ´30 y ´40. Las calles empedradas con los adoquines
confeccionados por los presos del penal de Sierra Chica soportaban las llantas
de los numerosos carruajes. Por el frente de mi casa pasaban veloces tropillas
de caballos arreados por diestros jinetes, quienes se sumergían por el amplio
portón del corralón administrado por el vasco Etchepareborda (Hidaldo y
Arengreen), donde eran rematados como medio de tracción para los carros de la
época. Las casas en su mayoría tenían el mismo formato, por una mano y hasta el
fondo una construcción rectangular dividida por habitaciones que daban a un
patio común, con una galería a lo largo. (...)
Caballito en esa época tenía
resabios camperos, desde la calle Canalejas (hoy Felipe Vallese) hasta
Avellaneda se extendían los potreros, cuyos costados eran Acoyte y Ambrosetti.
Aunque hoy cueste creerlo, en el lote que formaban Felipe Vallese, Acoyte,
Ambrosetti y Aranguren, como último girón de la pampa, se alzaba un copudo
ombú, que hacía sombra a un rancho con techo de paja, se me hace que tenía un
aljibe pero no lo puedo afirmar con certeza. (...) A continuación se extendían
yuyales, matizados con canchas futboleras. Crecían allí los llamados “huevitos
de gallos”, hoy poco conocidos pero en esa época con potreros, de consumo
popular entre la porretada. En los meses de estío aparecían las mariposas que
en nubes multicolores llenaban esos baldíos...
PABLO BUJ
*Extraído
de su libro “Era mi barrio Caballito”.
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