Según
el testimonio de Godofredo Daireaux, Caballito fue “un barrio anegadizo, cruzado por una vía en terraplén, casi un
despoblado”. Pero no tardaron en aparecer quintas, algunas suntuosas, en
medio de arbolados parques. Ricardo Llanes, con su habitual erudición, enumeró
las de las familias Devoto, Mullhall, Villanueva y Bottaro, entre otras. En una
de ellas vivió Ricardo Güiraldes con su padre, Manuel J. Güiraldes, que fue a
principios de siglo intendente de Buenos Aires. También funcionó una peña
denominada, sin demasiada modestia, “Los inmortales”, entre cuyos integrantes
se contaba el poeta Alfredo Bufano.
Luego
llegó un momento en el que, como dice Francisco Sicardi, “el suburbio se pobló y las quintas, divididas y vendidas, no tardaron
en hacerse ciudad”. Pero hubo una época de transición. Al ir desapareciendo
las quintas, sus solares pasaron a ser parques públicos (la quinta de Lezica se
convirtió en el Parque Rivadavia, la de Piñero en el Parque Centenario), pero
otras fueron asiento de viviendas humildes, aunque con su jardín y su huerto.
Cada una tenía delante un jardincito polvoriento, protegido por una verja. Al
entrar a esas casas uno se encontraba con un comedor grande, que sólo se abría
en festividades familiares y en los velorios, pues la familia se reunía
habitualmente en la cocina de fogón y mesa cubierta de hule. En el fondo se
plantaban verduras y un alambre las separaba del gallinero.
DELFÍN
LEOCADIO GARASA
*Fuente: “Paseos
literarios por Buenos Aires” (Delfín Leocadio Garasa)
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