El escritor
y vecino del barrio Eduardo J. Quintana le dedicó un cuento a un emblema futbolístico
del club Ferrocarril Oeste: Gerónico “Cacho” Saccardi.
Esquinas históricas, lugares históricos. La Veleta, el Parque
Rivadavia, el Tranvía, el Subte al aire libre, el Cid Campeador, la Avenida
Rivadavia, el Barrio Inglés, el Parque Centenario, la Estación, el Club
Italiano, la Plaza Irlanda y Ferro Carril Oeste.
Emblemas, monumentos, calles históricas, el ferrocarril, colegios
centenarios, empedrado, tango, murga y rocanrol, con el orgullo de ser el
centro geográfico de la Capital. Mi barrio: Caballito y en él, mi gran amor y
la identificación propia de un populoso vecindario, el Verdolaga, mi Ferro
querido. Todo esto lo cuento con la autoridad que me da mi origen. Nací, viví y
moriré en Caballito. Toda mi vida en el barrio y algo que me signó desde aquel
día, en que mis viejos discutieron mi nombre. Mi vieja quería llamarme Juan
Manuel, por el Nano Serrat y mi viejo, Gerónimo, por quien fue a la postre, su
ídolo máximo, el tipo que lo emocionó una y mil veces: Gerónimo Cacho Saccardi.
Y al final ganó mi viejo y fui desde el mismo día en que salí a la vida
real, Gerónimo Héctor Salgado, Cacho para todo mi entorno. Cacho, para toda la
vida. Y no solo ganó con eso el viejo, también con el color verde de mi sangre.
Nací a las nueve de la mañana; a las diez, Luis, mi viejo, estaba en la sede de
la calle Cucha- Cucha, perdón la modernidad dice que hoy es Federico García
Lorca, bueno en la sede de Ferro, una hora después de haber nacido su hijo, o
sea, yo, solo una hora después la secretaria le entregaba el carnet que me
acreditaba como socio del club. Comenzó allí un amor incondicional que aún
persiste como una hermosa enfermedad, porque es fácil ser de Boca o River, que
salen campeones a menudo, que son locales en todos lados y que tienen siempre
el apoyo de los poderosos. Pero ser de Ferro y vivir en Caballito, es tener
identidad, historia y por sobre todo sentimiento. Viví de muy pibito, la época
de esplendor de Ferro, fue en la década del 80, comenzando por los dos
subcampeonatos del 81 con el record de Barisio, que lo viví en la popular y los
nacionales del 82 y 84 que festejé con total felicidad. Alegrías y más alegrías
en una década inolvidable vivida codo a codo con mi viejo Luis, ese tipo que me
inyectó la sangre verde y me hizo llamar Gerónimo, como ese ídolo que adornaba
una de las paredes de mi habitación, el querido Cacho Saccardi. Un tipazo que
alguna vez conocí en una parada de diarios que tenía frente al Cid Campeador y
que llevo en lo más profundo del corazón. Porque el gran Cacho era así, un tipo
frontal, sincero, buen tipo y amigo de los vecinos. Cacho era el barrio y su
gente. Cacho era Ferro y Ferro era mi vida. El solo hecho de heredar su nombre,
su apodo y el color de su sangre, era para mí un orgullo enorme. Un ícono del
club, un vecino ejemplar, un verdadero caballero, que terminó de marcar su
historia en el Campeonato Nacional de 1981, cuando San Lorenzo de Almagro que
jugaba por invitación después de haber descendido en el Metropolitano de ese
mismo año, visitó el estadio de Oeste, en un partido netamente desfavorable
para los descendidos azulgranas, que cayeron derrotados 3 a 1 por mi Ferro. Lo
recuerdo como si fuera hoy, la parcialidad visitante despidió a su equipo de la
Primera División con un festejo inolvidable y en el final y luego de los
abrazos y del festejo verde, Cacho “el caballero”, juntó a sus compañeros y
caminó con los brazos levantados aplaudiendo a la parcialidad adversaria, ante
ese gesto grandilocuente de amor a sus colores. Ese día Cacho Saccardi pasó a
ser ídolo de todo el fútbol y cada vez que recuerdo la escena un frío recorre
mi espalda.
A medida que fui creciendo, mi pasión fue llegando a niveles inusitados
y el legado de mi viejo fue herencia para mis hijos y convencimiento para mi
esposa, que luego de mucho tiempo de lucha, entendió las prioridades de mi vida
y aceptó a Ferro como prenda de unión y felicidad. Ya no hubo enojos, cuando
los niños comenzaron a lucir la camiseta verde y pidieron ir al “Templo de
madera” a ver un partido. Ya fue tiempo de cambiar de lugar y pasar de la
cabecera de madera a la platea techada de cemento. Ya Ferro era la familia y la
familia era Ferro. Ya el póster enmarcado y autografiado especialmente para Los
Salgado, del caballero del barrio, el gran Gerónimo Saccardi, engalanaba una de
las paredes del living de mi casa. Ese hombre que pasó a la inmortalidad en el
2002 y que todo un barrio lloró en su partida.
Desde aquel día, tanto a Los Salgado, como a Ferro Carril Oeste, a los
vecinos, como a Caballito, les sobra amor e idolatría, pero les falta algo
importante, que solo se llena con la pasión y el sentimiento hacia el
verdolaga.
Algo importante que solo se disimula partido a partido con aliento
incondicional y sufrimiento futbolero.
El barrio sigue teniendo aquellas cosas que lo hicieron famoso,
empedrado, casas bajas, plazas, clubes, y mucho pueblo, pero le falta algo
importante, le falta Cacho.
Un Cacho de Caballito…
EDUARDO J. QUINTANA
*Este cuento está incluido en el libro
“Con la ilusión en ascenso”.
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