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Foto: www.perfil.com.ar |
Uno no sale de su asombro, pero
el electorado dio su veredicto. Y se pronunció a favor de un supuesto
“empresario exitoso” para representar la voluntad popular. No nos detendremos
en ningún prontuario, se nos acusará de “atacar” a un inocente. Pero cuesta
creer este escenario político después del descalabro de los años noventa y la
posterior reacción popular del 19 y 20 de diciembre de 2001 (¿qué fue de aquel
“piquete y cacerola, la lucha es una sola”?). No nos cierra por ningún lado,
pero es la realidad: la lógica de los grandes mercaderes se impuso, otra vez,
en la mente de gran parte de los porteños.
El sistema, como dice Slavoj
Zizek, funciona así: nadie cree directamente, pero los rituales sociales de las
creencias funcionan. Por eso nos alarmamos cuando se habla, por ejemplo, de
“invertir” en educación o de lograr una salud “eficiente”. Porque así estamos
utilizando las palabras de quienes priorizan el lucro por delante de los
derechos de los ciudadanos en tanto tales. Y si bien sólo una casta minoritaria
podría avalar tal homologación, lo llamativo es que la mayoría apoye ese
discurso. Pero no nos engañemos. Un sujeto que entiende el fenómeno de las
casas tomadas como un atentado a la propiedad privada, y no como una
manifestación más del problema habitacional, representa más de lo mismo.
Representa la visión de las clases acomodadas, y no la de todos los porteños.
Apoyar ese proyecto sería una locura. Y recordemos que la locura, como decía
Albert Einstein, consiste en seguir actuando de la misma manera y esperar
resultados diferentes…
(Publicado originalmente en la edición Nº 23 de mayo/ junio de
2007)
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