Distintos fenómenos que ocurren en
ciudades como Buenos Aires, por ejemplo el tránsito congestionado de
automóviles, los alquileres de vivienda excesivamente altos, o la contaminación
entre otros, suelen provocar el mal humor de sus habitantes y visitantes. Es como
si alguien nos hubiera robado nuestra ciudad. Claro que todo tiene un por qué,
y es en busca de una explicación integral a esta situación de hastío urbano que
nos decidimos a hablar con el arquitecto e investigador Silvio Schachter,
especialista en el estudio de las cuestiones urbanas.
- ¿Qué tipo de cambios se han producido en nuestra ciudad los últimos
años?
- Para empezar, Buenos Aires ya
no es una ciudad sino una metrópolis, producto de una urbanización sin ciudad
en la cual se perdió la funcionalidad de aquella. Se incivilizó, se alejó de
nosotros y devino en otra cosa. La región metropolitana de Buenos Aires, una
megalópolis de cinco mil kilómetros cuadrados con casi quince millones de
habitantes, concentra más de un tercio de la población de todo el país en un
0,2 % de su superficie, y es la tercera por su tamaño y densidad en América
Latina, y la 18ª del mundo. La globalización no ha hecho más que agudizar este
patrón centralista y desequilibrado. Su dimensión y densidad ha desbordado
todas las predicciones con un crecimiento caótico que desafía las hipótesis
teóricas, políticas y sociales con las que se ha intentado explicar su
condición y proyección.
- ¿A qué se debe este fenómeno?
- Principalmente al accionar del capital
especulativo que, en su movilidad, genera crisis y valoriza o pauperiza
distintos lugares. El mercado diseña la ciudad acomodándola a su búsqueda de
lucro, y rediseña las relaciones sociales. Este modelo de urbanización fomenta
el individualismo, provoca un proceso de fragmentación y segregación, y lesiona
las identidades locales. En la ciudad se hace un negocio especulativo con el
suelo: un interés particular se apropia de un bien social, privatizándose así
un esfuerzo colectivo. El caso testigo de todo esto fue la urbanización de
Puerto Madero: un barrio producto de la especulación financiera que instaló un
modelo de segregación del espacio urbano en favor de los negociados
inmobiliarios. Se perdió así dominio sobre lo público y capacidad de
planificar.
- ¿La idea de “Derecho a la Ciudad” surge en contraposición a esto?
- En realidad, en los sesenta el
filósofo francés Henri Lefebvre habla del derecho a la ciudad recuperando el
tema de la importancia de pensar la sociedad desde lo “espacio- social”. Vuelve
a pensar la ciudad como creación social, como mapa de la sociedad. Ahora ha
habido un mayor interés en torno a este tema porque la ciudad fragmentada está
siendo insoportable para muchos, y muchas organizaciones políticas y
agrupaciones vecinales están empezando a pensar su militancia desde esta
óptica.
- Las luchas que se fueron dando en Caballito en contra de las rejas en
las plazas o contra la construcción de torres en zonas de casas bajas, ¿se
puede enmarcar dentro de lo que estamos hablando?
- En parte sí, porque en general
dan batalla contra la visión patrimonialista que impera, que otorga derechos a
quienes pagan impuestos y no a las personas en tanto tales, y denuncian la
complicidad del Estado, que acompaña este modelo de urbanización. Pero suelen
tener una mirada acotada que no supera la escala barrial, y caen frecuentemente
en la trampa de las audiencias públicas y demás métodos del poder de cooptación
institucional. El derecho a la ciudad es un significante vacío, depende con qué
contenidos se llene y quiénes lo ejerciten, y es mucho más que una declaración
de principios. A mi modo de ver, la lucha por el derecho a la ciudad es en
contra de los poderes del capital, que sin piedad se alimentan de extraer renta
de la vida común que otros han producido. Cuando la urbanización es guiada por el
lucro, la hipótesis de un crecimiento planificado sobre la base del carácter
social del hábitat se desvanece. Por eso digo que transformar Buenos Aires es
una empresa equivalente a una refundación. Pensarla en una escala donde lo
humano vuelva a ser la medida del buen vivir, una ciudad con valor de uso, no
como abstracción publicitaria, capaz de desplegar nuevas políticas espaciales y
de tiempo urbano liberado y creador. Sin duda no es tarea simple imaginar lo
que no existe, pero el motor debe ser el proceso de su búsqueda. Como bien dijo
José Martí, “el derecho real es el que se ejerce”.
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