Semanas previas al golpe militar
de 1930 contra el entonces presidente Hipólito Yrigoyen, se echó a correr el
rumor de que el entorno del primer mandatario redactaba e imprimía una versión
del diario “La Prensa” favorable a su gestión. Los golpistas, de este modo,
querían retratar a un Yrigoyen senil y sobrepasado por la situación del país.
Esta historia da cuenta de una realidad incontrastable: desde hace mucho tiempo
la prensa posee la capacidad de provocar sensaciones de todo tipo en las
personas e instalar temas en la agenda pública.
Hoy nos quieren hacer creer que
el periodismo se divide en K y AntiK, y se “futbolizan” los debates públicos,
que eluden sistemáticamente los intercambios de ideas sobre qué país queremos
tener. La información entendida como una mercancía más y la frivolización de
las cuestiones nodales tienden cercos mediáticos para aislar y separar a la
población, a la cual reducen a mero receptáculo pasivo del show de las
noticias.
Sin embargo, cientos de
periodistas aún mantienen intacto su compromiso con la verdad. Claro que
también son fieles a sus convicciones, y por lo tanto toman partido frente a
las cosas que pasan, pero no resignan su honestidad intelectual ni abandonan su
coherencia argumentativa. Se comprometen con la sociedad que sueñan pero
ejercen su trabajo con dignidad.
A la dictadura mediática oponemos
los medios alternativos. O como rezaba una pancarta en Famatina: “Frente al
silencio mediático, periodismo hormiga”.
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