“Soy del año en el que murió Gardel” dice a modo de presentación
Carmen Santos, que vivió gran parte de su vida en una casa ubicada en Thompson
818. Y si bien ese lugar del viejo “Caballito al sur” ya no existe más, en aquel
sitio hoy existe una concesionaria de autos, quedan sobrevolando en el ambiente
miles de historias del barrio. Algunas de aquellas vivencias, gracias a la
memoria prodigiosa de Carmen, reviven y viajan a los corazones de todos los
caballitanos.
- ¿Cómo llegó tu familia al barrio?
- Mis viejos llegaron ahí porque
un compañero de trabajo de mi papá, que trabajaba en Piccardo, la de los
cigarrilos 43, le había recomendado que comprara un terreno en la zona porque
iba a pasar el subte E... Mi viejo murió hace 66 años y nunca vio el subte por
ahí, y mi mamá, que murió en el ´75, no vio la inauguración de la estación J.
M. Moreno. Y pensá que habían comprado
en 1930...
- Una estación estaba proyectada en Centenera y Directorio, ¿no?
- Si, pero no se hizo ahí porque
tenemos un canal abajo, y se inunda. De hecho me acuerdo que cuando era chica
se usaba un puentecito para cruzar cuando llovía mucho. La tuvieron que hacer
en Eva Perón y Emilio Mitre, en una esquina del Parque Chacabuco.
- ¿Qué recuerdos tenés de tu infancia?
- Ah, muy lindos. Íbamos casi
todos los días a la calesita del Parque Chacabuco con mi papá. Mi mamá me
contaba que en el parque habían tambos particulares, y se encargaban de
repartir leche por la zona. Yo recuerdo el corralón de caballos de unos tanos,
que quedaba en Thompson y Directorio, donde ahora está la estación de
servicios. En aquel tiempo el barrio era fundamentalmente de obreros, poca
clase media. Antes nos criábamos en la calle, y nunca pasaba nada. Todo era muy
tranquilo, hasta el ´88 te diría. Porque después se empezó a poner pesada la
cosa. De todos modos, hasta que me mudé en 1998 el barrio estaba comprendido en
su mayoría por casas bajas.
- ¿Qué opinás de la construcción de los edificios tipo torre?
- Pienso que las hacen por la
necesidad que mucha gente tiene de venir a la capital, pero también creo que
deteriora mucho el medio ambiente y las relaciones humanas. Antes, cuando algún
vecino necesitaba algo, estábamos todos presentes.
- ¿Recordás a alguno en especial?
- Había muchos personajes. Por
ejemplo, el tipo que vendía pizza de cancha, que se paraba en Directorio y
Thompson con un pito para que la gente se acercara a comprarle. Me acuerdo que
todos los sábados pasaba el carrito de la panificación, que traía unos pebetes riquísimos.
Pasaban también los que vendían gallinas y huevos, pescado, y los carros
grandes llenos de canastos, que pasaban cada quince días. Y enfrente de casa
vivía Emilio, que era lechero de la cuadra.
- ¿Cambio mucho la fisonomía del barrio cuando construyeron la
autopista?
- La autopista generó perjuicios
a mucha gente, más que nada a quienes quedaron al lado, porque genera un ruido
infernal. Además tuvieron que tirar muchas casas, y no les daban la plata que
salía.
- ¿Participaste de clubes y asociaciones del barrio?
- Si, fuimos socios de Ferro (los
chicos hacían allí las “vacaciones alegres”) y del club Italiano (ver
“Recuerdos...”). También participamos de la Cooperadora de la escuela Schettino
durante nueve años, porque mi hijo Alejandro hizo la Primaria ahí.
- ¿Qué lugares del barrio extrañás más al irte de viaje?
- En realidad extraño a la gente
y no a los lugares. Pero lamento que hayan demolido el Palacio Carú de Primera
Junta, que era hermosísimo. Lo veía cuando iba al Mercado del Progreso, que
sigue siendo un excelente mercado. Algunos negocios que ya no están engalanaban
Caballito, como la juguetería “1810”, que era atendida por una señora con mucho
carácter. O la sedería “Azar”, que tenía las mejores telas de Buenos Aires. La
rotisería “Cavour” era un lujo, al igual que “La Ideal” de José María Moreno y
Rivadavia.
Con las chicas íbamos mucho al
cine “Cóndor” de Pedro Goyena, entre Doblas y Viel. Era precioso e imponente, y
por veinte centavos los martes, veíamos tres películas. Pero nuestro paseo
favorito era ir en el tranvía de doble piso hasta Liniers. Salían desde Primera
Junta y íbamos arriba.
Las palabras de Carmen revivieron
mágicamente al Caballito de ayer. Y lograron que todos visitemos con la
imaginación al querido barrio que quedó atrás.
RECUERDOS DEL CLUB ITALIANO
"Con mi familia nos
hicimos socios del club Italiano por intermedio de un amigo que nos invitó un
día a una peña de folklore. Ahí nos enganchamos, y nos asociamos en el ´63. En
realidad se asoció mi marido, porque en esa época se hacía socio el jefe de
familia. Una mujer sola no entraba al club.
Mis hijos Alejandro
y Gabriela hacían fútbol, voley y natación. Nosotros íbamos a la parte social,
y a folklore los martes y viernes. Teníamos peñas con orquesta en vivo con
bastante frecuencia. Y bailábamos el pericón de cuatro las vísperas de los 25
de mayo y 9 de julio. Me castañaban las rodillas de los nervios, porque iba
mucha gente.
La fiesta de los
jueves en blanco era la más impresionante, y se hacía una vez al año. Se
empezaban a vender las entradas veinte días antes, y se agotaban ese mismo día.
Iban conjuntos muy importantes como Estela Raval y los Cinco Latinos o María
Martha Serra Lima. También iban cómicos como Luís Landriscina. Era una fiesta
preciosa, y el salón blanco desbordaba de gente. Ese lugar era enorme y
hermosísimo, con unas ornamentaciones y arañas increíbles. La gente tenía que
ir vestida de fiesta, y a los hombres no los dejaban entrar sin corbata y menos
con vaquero. Los tanos eran duros, pero después permitieron cualquier cosa...
Los tiempos cambiaron, hay poca inmigración, y este tipo de clubes de
comunidades tuvieron que adaptarse como pudieron. El club que yo conocí ya no
existe, está todo tercerizado. Soy socia honoraria pero ya no voy más. De todos
modos, nunca me olvidé del buen gesto que tuvieron conmigo al darme trabajo en
la biblioteca cuando lo necesité, entre 1998 y 2001. Por eso puedo decir que
del club Italiano tengo los mejores recuerdos".
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